Julia
Sopachuy pueblo, acostumbrado a voluntarios alemanes, te saludan con un “hallo” aunque no sepan de donde sales; resaltamos por las calles; somos la novedad, y mirando los detalles no se escapa la verdad. Todos hablan quechua, y en eso se sienten unidos; dicen palabras que no entendemos, salen diccionarios a pedidos; empezamos a mimetizarse; ya sabemos algunas palabras, y en sus miradas notamos que se asombran al hablarlas.
Cuando uno se nota verdaderamente interesado por comprender al otro la relación fluye; no solo compartimos con los participantes de la biblioteca sino que compartimos con el pueblo. Sopachuy tiene vida: está en actividad y movimiento.
La biblioteca ya tiene su concurrencia pero esta se incrementa con niños que tienen curiosidad por ver quiénes son las nuevas voluntarias.
Leímos juntos, dibujamos y pintamos con los más peques. Sembramos algunas dudas, algunos interrogantes en los adolescentes. Nos cruzan en la calle, nos saludan, nos abrazan; nos sentimos parte del lugar. Nos invitan a comer, a jugar un partido; conocemos un deporte, participamos de un torneo. Sopachuy tiene mucho que ofrecer y es receptivo a quienes lo quieren conocer. Es un lugar cálido y agradable no solo por su clima, sino por su gente que hizo de nuestro pasaje un momento inolvidables.
Antonela
Antes de llegar a Sucre, mis amigas Josefina, Julia y Florencia me estaban esperando con el objetivo de embarcarnos a la aventura de viajar juntas, pero no solo eso me esperaba, sino que también se nos dio la oportunidad de hacer el voluntariado a través de Biblioworks en Sopachuy. Con mucha ansiedad, al otro día de haber llegado a la ciudad de Sucre nos tomamos una flota hasta Sopachuy, un pueblito de aproximadamente 8000 habitantes que se ubica en el medio de las montañas y rodeado por dos ríos, los cuales llegan a un punto donde se unen para fluir juntos con más fuerza. Cuando llegamos nos recibió Ariel, el monaguillo de la iglesia, una persona increíble que nos abrió las puertas para quedarnos, y allí nos encontramos con un lugar donde abunda la humildad, la hospitalidad, el respeto, la amabilidad, el reconocimiento del otro, las ganas de aprender y compartir, y las ganas de festejar.
Los primeros días conocimos el pueblo, su gente, de a poco entramos en confianza con algunas personas y conocimos a Alfredo, el señor que trabaja en la biblioteca donde íbamos a llevar a cabo nuestro proyecto. Cada día era mejor que el otro.
Cuando comenzamos a proceder con nuestras tareas con los niños todo flujo demasiado bien. Ellos fueron muy amables con nosotras, logramos construir un vínculo muy lindo con ellos. Los ayudamos con sus tareas escolares, hacíamos actividades recreativas y artísticas, leíamos cuentos y después les dábamos consignas para trabajar sobre lo leído, jugamos mucho, y sobre todas las cosas y los más especial es que el aprendizaje fue reciproco. Aprendí y comprendí muchas cosas con ellos con la gente del pueblo, con sus historias su cultura, su idioma regional, quechua, y su manera de vivir la vida. También Ariel nos dio el espacio para hacer un taller con los chicos del internado; elegimos realizar actividades cooperativas y reflexivas, de las cuales me siento muy conforme ya que los ellos se predispuso con ganas y tenían el espacio para reflexionar y comentar desde su vivencia personal. Tuvimos la posibilidad de jugar con los niños del centro infantil y ayudar a grandes rasgos a las maestras con actividades y juegos más relacionados con la educación física.
En nuestro tiempo libre pudimos conocer los ríos, y allí disfrutar del sol, del agua y del paisaje tan hermoso y lleno de vida que tiene Sopachuy. También, las personas nos invitaban a comer, a pasar el rato a tomar unos mates y compartiré intercambiar historias y anécdotas, a culturas festejos y solo pasar momentos juntos. Fue increíble, esta experiencia, y estoy muy agradecida con Biblioworks y Sopachuy ya que nos abrieron las puertas para vivir algo muy especial, lleno de aprendizaje y momentos alucinantes. Superó todo tipo de expectativas. De esos 10 días en Sopachuy, me llevo todo el cariño a todas las personas que conocimos, la energía que hay en ese lugar que es muy fuerte y lleno de vida, mucho aprendizaje, la tranquilidad de haber dado el máximo y la mejor versión de mí y también me llevo momentos muy especiales y unos paisajes increíbles. Simplemente gracias.
Florencia
Muchas veces nos preguntan de dónde venimos. Siempre respondemos de la ciudad anterior a la que estuvimos. Cuando nos preguntan dónde nacimos, decimos en buenos aires, pero hay una pregunta que aún no sabemos responder: “donde viven?” No tenemos casa…no tenemos casa porque en buenos aires está la de nuestra familia. No tenemos casa porque es rodante, aunque tampoco tiene ruedas. Podría decirse que es una casa andante, porque tiene pies. Una de las chicas respondió [esa pregunta] una vez; «Esta es nuestra casa» y señaló la mochila.
Es verdad. Ahí llevamos todos abrigos, libros, bolsas de dormir, como también cosas importantes: amores, miedos, preocupaciones, recuerdos, amigos, alegrías, anécdotas, buenas energías enviadas desde lejos y un poco de suerte a veces. Casa es algo tan grande y tan pesado que a veces me pregunto qué puedo soltar, hay cosas que son imposibles y otras tantas son difíciles. Sin embargo, cada paso dado, cada escalera subida y cada calle recorrida son parte del camino que elegimos.
Llegamos a Sucre en busca de calor, veníamos de un viaje de mochilas cansadas, como dice un cantante argentino y necesitábamos un lugar cálido que nos sintió bien. Así es como decidimos ir a Biblioworks, una organización que un amigo nos recomendó, una decisión muy certera porque encontramos mucho de lo que necesitábamos; puertas abiertas, unos abrazos receptores y hermosas personas que confiaron en nosotras desde el primer momento. Allí acordamos que nuestro destino sería Sopachuy, un pueblito ubicado en un cálido valle a 197km de Sucre.
Sopachuy nos recibió como jamás lo habíamos imaginado. Sus personas nos brindaron todo lo que tenían, desde un plato de comida hasta el cuidado de sus tesoros más preciados: sus hijos. Nosotras al ser 4 docentes, pudimos aportar un granito de arena desde nuestros rol. Ayudamos en la guardería, hicimos un taller de trabajo en equipo con las chicas y chicos del internado, y trabajamos todas las tareas en la biblioteca del pueblo. Allí ayudamos a las niñas y los niños con sus tareas, leímos cuentos, dibujamos, jugamos y aprendimos mucho.
Igualmente, creo que Sopachuy y su gente nos devolvieron mucho más. Nos invitaron a fustal básquet y hasta wally, un deporte que en nuestro país no existe. Aprendimos a cocinar tortas de la mano de Jeny [ayudante en la parroquia] y a que se nos quemen con nuestras propias manos. Estudiamos Quechua y nos enseñaron el Ayñi mink´a. Aprendimos que una sonrisa y un abrazo al grito de ¡profe! mientras caminado por el pueblo vale más que cualquier tarea escolar. Aprendimos a disfrutar los cerros, los ríos y a la Pacha. Aprendimos a estar lejos de casa, pero a sentirnos cerca.
Gracias Sopachuy, gracias Biblioworks y gracias a Bolivia, por su hermosa gente.
Josefina
Nos despedimos de la cede de Biblioworks en Sucre y marchamos Juli, Anto, Flor y yo hacia Sopachuy. Si bien estábamos asesoradas por las chicas de la oficina, muchas preguntas nos rondaban: si habría algún tipo de organización en la biblioteca del pueblo, si nos costaría generar vínculos con los chicos y también con los habitantes de Sopachuy, con los habitantes de Sopachuy, cómo sería el espacio físico donde nos tocaría intervenir, y muchas otras preguntas que entre tantos momentos vividos ahora se me olvidaron.
Llegamos a Sopachuy y nos recibió Ariel, monaguillo de la parroquia quien fue nuestro guia y amigo durante nuestra estadía allí. Nos ayudó en cuanto pudiera y nos integró bien con la movida juvenil del pueblo.
En nuestra primera noche nos invitaron a un evento que se hacía en la plaza central, bailamos ritmos regionales y experimentamos algunas comidas, fue una noche muy agradable con fogatas en la calle.
El lunes por la mañana se acerca una mujer llamada Jeny, colaboradora de la Parroquia, vino a pedirnos por favor que vayamos al jardín [el centro infantil] a jugar con los pequeños y orientar a las chicas que están a cargo ya que no son educadoras y por ende no tienen muchas herramientas didácticas y pedagógicas.
Nuestro compromiso era con la biblioteca pero decidimos colaborar con el jardín armando un diseño curricular (con nuestros conocimientos del diseño curricular de Ed. Física principalmente) con ejes, contenidos y estrategias didácticas que incluían muchas actividades y variantes para que las encargadas del jardín pudieran trabajar durante el año. Fue una buena jornada de pensar y planificar esta vez para los más pequeños.
El miércoles por la noche, por pedido de Ariel, planificamos y realizamos un taller para los chicos y las chicas del internado. Decidimos abordar la temática de «Trabajo en equipo». Tuvo una dinámica interesante, porque todos tuvieron que participar en 4 grupos, y chicos de 12 a 18 años unidos para consecución del objetivo de cada juego. Fueron alrededor de 40 chicos que participaron y al despedirnos les entregamos material didáctico que donó la Biblioteca.
Esas fueron las actividades que realizamos como voluntarias.
De nuestra experiencia en Sopachuy como voluntarias, me llevo cada abrazo de los niños con quienes en pocos días generamos un lindo vínculo, las personas adultas que nos han invitado a conocer su casa, su seno familiar y se han brindado muy solidariamente, y los espacios en donde pudimos trabajar, intercambiar y conocer en profundidad la realidad de un valle geográficamente hermoso con personas muy receptivas, amables y ACTIVAS!!
Gracias BiblioWorks por esta oportunidad.